Las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle
Además de las nueve que componen la serie de Sherlock
Holmes, su creador escribió otra cincuentena de obras, la mayoría históricas o
de misterio. Aunque ninguna ha logrado tanta trascendencia como las
protagonizadas por ese ser enjuto, puntilloso, maniático y un poco cascarrabias,
pero extraordinariamente perspicaz.
En definitiva, un personaje que suele caer bien a todo el
mundo.
Nos gusta el Holmes de Doyle por su socarronería
indiscutible. Porque es irónico, zumbón, sabio, tierno, escéptico para unas
cuestiones y apasionado en todo lo que concierne a la justicia, la curiosidad
científica y la defensa de los valores que aprecia.
Nos gusta el Holmes de Doyle porque es entretenido, porque
siempre sabe cómo sacar al lector una sonrisa, porque su autor escribe bien,
contextualiza sus relatos, diseña unos personajes creíbles, tiernos e
imperfectos, unas situaciones descacharrantes y sabe situarnos en tiempo y lugar con tanta soltura que nos parece haber viajado a Londres en una máquina
del tiempo.
Nos gusta el Holmes de Doyle porque fue atrevido en su época, incluso algo iconoclasta, defendiendo
ideas y opiniones que no eran las políticamente correctas, criticando prácticas
que hoy consideramos denigrantes, valorando a las personas por lo que son y no
por su rango social.
Nos gusta el Holmes de Doyle porque posee una entidad
compacta al ofrecer un principio y un final –incluso uno provisional al que su
autor hubo de renunciar a demanda del público–, atmósfera y tono comunes,
personajes que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer en uno y otro libro,
lo que supone una continuidad temporal marcada por la alusión a hechos
ocurridos con anterioridad (dentro o fuera del volumen que estemos manejando)
de forma que podría leerse como una sola novela compuesta por varios tomos al
estilo de En busca del tiempo perdido. Salvando
las distancias, naturalmente.
Nos gusta el Holmes de Doyle por esa chispa que abarca
los aspectos anteriores y otros más inasibles, difíciles de definir, que le han
permitido mantenerse vigente hasta hoy, al alcance de los lectores, sin
flaquear, durante más de dos siglos. Y lo que falta.
Nos gusta el Holmes de Doyle porque su filosofía –básica
pero por eso mismo imprescindible– consiste en elevarse de lo común mediante
actividades que nos satisfagan, y si además pueden ayudar a alguien, mejor que
mejor:
“Mi vida se desarrolla en un largo esfuerzo por huir de las vulgaridades de la existencia. (…) Y es usted un benefactor de la raza humana, le dije yo. (…) L’homme c’est rien, l’ouvre c’est tout. Según escribió Gustavo Flaubert a George Sand” (La liga de los pelirrojos)
Y, por encima de todo, nos gusta el Holmes de Doyle,
porque refleja la insaciable curiosidad del ser humano y, siendo como es, nos
retrata de alguna forma a todos y cada de uno de los que habitamos, habitaron y
habitarán este pérfido mundo.
Os estaréis preguntando por qué me refiero siempre al Holmes de Doyle. ¡Cómo si hubiese otros! Pues los hay. El personaje, no solo
continúa leyéndose igual o más que al principio con todo lo que ha llovido
desde su nacimiento, no solo se han hecho interpretaciones (gráficas, musicales,
filmadas, de animación, en formato de comic, juegos de mesa o videojuegos) de
los argumentos ideados por su creador legítimo o ha sido una influencia
decisiva en la creación de personajes como el doctor House, no solo inspiró un museo en las señas indicadas por Doyle, el 221 de Baker Street. Además,
a lo largo del tiempo, han ido apareciendo secuelas
más o menos literarias Y no pocas. Entre otras, Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, de Enrique Jardiel Poncela,
Las hazañas de Sherlock Holmes,
colección de doce relatos escrita por su hijo Adrian en colaboración con otro
autor, El rival de Sherlock Holmes de
Maurice Leblanc, La solución del siete
por ciento, Sherlock Holmes y el fantasma de la Ópera y El horror de West End de Nicholas Meyer,
Los años perdidos de Sherlock Holmes y El mandala de Sherlock Holmes
de Jamyang Norbu, The
Doctor’s Case de Stephen King, la saga Sherlock
Holmes y los irregulares de Baker Street del matrimonio formado por Tracy
Mack y Michael Citrin, El secreto de la
pirámide de Alan Arnold, El
testamento de Sherlock Holmes de Bob García, Los dossiers secretos de Sherlock Holmes, Las crónicas secretas de
Sherlock Holmes y otros cuatro o cinco más, de June Thomson, Elemental, mi querido Holmes de Albert
Davidson, y otro de idéntico título de Colin Bruce, una saga completa escrita
por Laurie King, La vida privada de
Sherlock Holmes de Michael y Mollie Hardwick, La
juventud de Sherlock Holmes de Shane Peacock, Las aventuras alsacianas de Sherlock Holmes (8 novelas) de
Christine Muller. Pero no quiero cansaros: en total, se acercan a los sesenta
títulos, incluyendo tanto sagas enteras como obras de un solo volumen.
Estas doce Aventuras, que habían ido apareciendo en 1891 en la revista Strand por entregas según costumbre de la época, se reunieron en un solo tomo al año siguiente. Su éxito, junto con el de los demás primeros libros de la saga, permitió a su autor alcanzar el objetivo anhelado por todos los del gremio: vivir de la pluma
Estas doce Aventuras, que habían ido apareciendo en 1891 en la revista Strand por entregas según costumbre de la época, se reunieron en un solo tomo al año siguiente. Su éxito, junto con el de los demás primeros libros de la saga, permitió a su autor alcanzar el objetivo anhelado por todos los del gremio: vivir de la pluma
El volumen contiene todos los rasgos que
caracterizan a la serie del detective. Watson se ha casado y por tanto ya no
comparten piso, pero casi todos los episodios comienzan con algún pretexto que
justifica su visita, una petición de ayuda por parte del detective o ambos a la
vez. El pensamiento positivista de la época se manifiesta en todo su esplendor
sin que se hayan apagado del todo los ecos románticos, como puede apreciarse en
cierto dramatismo que, en algunas escenas y formas de pensar, aletea sobre la
mentalidad racionalista.
“Pero una vez que se le pasaban aquellos arrebatos, corría de una manera alborotada a meterse dentro, y cerraba con llave y atrancaba la puerta, como quien ya no puede seguir haciendo frente al espanto que se esconde en el fondo mismo de su alma.” (Las cinco semillas de naranja)
Bajo ese aspecto superficial, se esconde toda una visión
del mundo y, hasta de vez en cuando, una sátira de ciertos especímenes
sociales, como en el primer relato, Escándalo
en Bohemia o en El aristócrata
solterón, donde Doyle, además de ridiculizar al personaje satirizando, de
paso, a todo un estamento social, expone por boca de Holmes su particular (y,
por suerte, irrealizable) utopía política.
Al principio de El
misterio de Copper Beeches, se produce un diálogo, claramente
metaliterario, entre ambos personajes, donde se repasan las historias
cronológicamente anteriores que sobresalen por su cotidianeidad.
“… entre los casos por los que ha tenido la bondad de interesarse hay una elevada proporción que no tratan de ningún delito, en el sentido legal de la palabra. El asuntillo en el que intenté ayudar al rey de Bohemia, la curiosa experiencia de la señorita Mary Sutherland, el problema del hombre del labio retorcido y el incidente de la boda del noble, fueron todos ellos casos que escapaban al alcance de la ley. Pero al evitar la cotidianeidad, me temo que puede usted haber bordeado lo trivial.”
Y un poco más adelante, encontramos toda una teoría de la
delincuencia:
“En la ciudad, la presión de la opinión pública puede lograr lo que la ley es incapaz de conseguir. No hay callejuela tan miserable como para que los gritos de un niño maltratado o los golpes de un marido borracho no despierten la simpatía y la indignación del vecindario, y además, toda la maquinaria de la justicia está siempre tan a mano que basta una palabra de queja para ponerla en marcha, y no hay más que un paso entre el delito y el banquillo. Pero fíjese en esas casas solitarias, cada una en sus propios campos, en su mayor parte llenas de gente pobre ei ignorante que sabe muy poco de la ley. Piense en los actos de crueldad infernal, en las maldades ocultas que pueden cometerse en estos lugares, año tras año, sin que nadie se entere.”
El lenguaje es tan llano y exacto como exigen los cánones
del género, tampoco existe un idiolecto que caracterice a sus criaturas. Conan
Doyle no se mete en berenjenales lingüísticos que podrían complicarle el
proceso creativo desviando a sus lectores de lo fundamental: todos sus
personajes hablan como él, tengan la instrucción que tengan, desde el narrador
Watson y el propio Holmes hasta el último criado de la más apartada granja.
Si este año no te has llevado ningún Holmes de Doyle en
la maleta, ahora, al volver de la playa, estás a tiempo de recuperarlo. Lo
encontrarás en cualquier biblioteca. ¡Disfrútalo!
THE ADVENTURES OF SHERLOCK
HOLMES – PRIMERA EDICIÓN: 1892 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES – PÁGINAS: 300
(aprox.)
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