No ha lugar a proceder, de Claudio Magris



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La mente de Magris es un hervidero de ideas cuya manifestación no puede, o no quiere, retrasar construyendo una trama al uso, perfilando personajes e introduciendo el resto de elementos considerados imprescindibles. El género que mejor le cuadra es el ensayo, pero a veces levanta un argumento mínimo que le servirá de pretexto para seguir elucubrando y que constituye un conglomerado de géneros, o género híbrido, en el que historia, ensayo y narración se entremezclan en una estructura perfectamente calculada aunque parezca arbitraria a simple vista. Esta es, pues, uno de esas peculiares construcciones a las que tan aficionados son escritores como Magris, Cees Noteboom o Mathias Enard (reseñado aquí), entre otros.
De ahí que los auténticos protagonistas no sean personas sino ideas. Ideas de auténtico calado, a saber, ¿cómo construir un mundo pacífico con elementos preexistentes? O bien, si reuniésemos en un solo recinto la maquinaria de guerra disponible y la expusiésemos al público ¿sería este el primer paso para firmar una paz permanente? ¿acaso podría servir como elemento disuasorio en el uso convencional de las armas? Quizá la estratagema no sea tan descabellada como parece a primera vista, que pueda funcionar como vacuna o terapia de choque que induzca a reflexionar a una sociedad demasiado acostumbrada a la violencia.
Cualquiera pensará que el excéntrico y atormentado personaje capaz de poner en marcha tan delirante idea solo puede existir en la desbocada imaginación de un escritor intrépido. Y sin embargo fue una realidad, alguien de carne y hueso la concibió, la puso en marcha, el novelista leyó la noticia en la prensa y la utilizó como desencadenante de la espesa red que conforma la trama. Pero hay más: en esa curiosa conexión entre ficción y realidad que, como sabemos, se alimentan mutuamente e incluso rivalizan en cuanto a potencia, se dieron en este caso una serie de factores desencadenantes que harían exclamar que fue cosa del destino a cualquiera que creyese en él. La casualidad quiso que el anuncio se publicase, allá por 1963, en un periódico italiano, no de una localidad cualquiera, sino de Trieste, la ciudad natal de Magris, y Trieste fue, precisamente, el único lugar de Italia donde los nazis instalaron en su día un campo de exterminio.
Los personajes no se muestran, como en cualquier novela convencional, en toda su viveza. Es más, aparecen bastante acartonados, tal como conviene a los propósitos ensayísticos de su autor. Pensemos que quien concibe el polémico (y puede que perverso) experimento habrá muerto antes de iniciarse la acción, que la doctora Brooks –su alumna y continuadora en la organización del museo– es apenas un conjunto de pensamientos y recuerdos, una mano que anota el nombre de artilugios diversos y su distribución por las distintas salas y una mente torturada por determinada (y nunca confirmada) culpa de familia. Decíamos que el elemento narrativo es mínimo, sin embargo, la historia principal sirve de receptáculo a otras, o sus esbozos, inventadas o rigurosamente documentadas, que se van sucediendo en orden aparentemente anárquico para dotar de variedad e interés al texto, a modo de sabio batiburrillo o patchwork, tan presente en la narrativa actual como difícil de llevar a cabo con acierto.


NON LUOGO A PROCEDERE – PUBLICACIÓN: 2015 (EN ESPAÑA: 2016 – EDITORIAL: ANAGRAMA – COLECCIÓN: PANORAMA DE NARRATIVAS – TRADUCCIÓN: PILAR GONZÁLEZ RODRÍGUEZ – PÁGINAS: 400

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