Dos años, ocho meses y veintiocho noches, de Salman Rushdie
Si trasladamos el título a noches descubriremos que son, exactamente, mil y una, una expresión mucho más familiar para todos, además de poética y plagada de resonancias. También anuncia, a grandes rasgos, las intenciones de su autor que, como es de suponer, no son muy diferentes a las del resto de su obra. Rushdie necesita dar salida a su fantasía desbocada –que se alimenta de todo el conglomerado cultural que ha ido asimilando (mitos, religiones, literatura, ciencia, arte)– y le sirve para expulsar fantasmas y formular, de forma un tanto críptica, esa libertad de pensamiento que todos conocemos y que tanto ha complicado su vida desde que publicó Los versos satánicos.
El
argumento es tan enrevesado que mis explicaciones no servirían de gran cosa,
mejor dejar que cada uno se enfrente a su caos aparente con sus propios
recursos y a ser posible sin prejuicios. Señalaré, eso sí, el punto de partida:
El
mundo, tal como lo conocemos, no es el único que existe sino uno de tantos. El
autor tampoco sabe cuántos hay ni le importa, solo uno de ellos, el de los yinn, le parece relevante ya que en
algún momento de la historia se ha producido una fractura que lo ha comunicado
con el nuestro. Los yinn, “esas criaturas hechas de fuego sin humo” se
caracterizan por ser “caprichosos,
extravagantes y juguetones, y que pueden moverse a gran velocidad, alterar su
tamaño y forma y conceder gran número de deseos a los hombres y mujeres
mortales si les place, o bien si se les obliga por la fuerza, y también que su noción
del tiempo es radicalmente distinta a la de los seres humanos”. La primera
que derribó fronteras entre especies fue una yinnia, atípica y de altísimo rango –aunque esto no lo averiguaremos
hasta mucho más tarde– que, bajo el aspecto de una humana adolescente, llamó a
la puerta del filósofo Ibn Rushd (Averroes), una noche de hace un milenio,
iniciando con ello la Era de la Extrañeza
que duraría dos años, ocho meses y veintiocho noches, período en el que “se quedó embarazada tres veces y en cada uno
de sus partos dio a luz a un gran número de criaturas, al menos siete cada vez,
parece ser, y en alguna hasta once, o posiblemente diecinueve, aunque las
crónicas son vagas e inexactas. Todos sus hijos e hijas heredaron su rasgo más
distintivo: no tenían lóbulos en las orejas”. Nos encontramos en la Córdoba
de 1195, en Lucena concretamente. Tras haber sido apartado de sus cargos por
librepensador, Ibn Rushd acoge a la apasionada Dunia que se enamora de su raciocinio
–facultad que impide al sabio reparar en la naturaleza no humana de su amante– iniciando
una dinastía de híbridos denominada Duniazada
que se extendió por todo el mundo y dio lugar a seres muy diferentes entre sí.
Esta
versión, a diferencia de la clásica, muestra a Ibn Rushd inventando una
historia cada noche para eludir los requerimientos de su pareja. En ese momento
es ya un hombre derrotado: su adversario Al-Ghazali –muerto ochenta y cinco
años atrás–, en su defensa de la fe, había atacado duramente cualquier premisa
filosófica y su doctrina seguía triunfando en la época. Durante los siglos
posteriores, ambos sabios –ya convertidos en polvo– mantendrán un duro combate
dialéctico desde sus tumbas respectivas “porque
las controversias de los grandes pensadores no tienen fin, y la idea misma de
la disputa es una herramienta para mejorar la mente, la más afilada de todas
las herramientas, nacida del amor al conocimiento, es decir, de la filosofía”.
Es
fácil deducir de qué lado está Rushdie y percibir en cada palabra su
ironía –y hasta su sarcasmo a veces– así como sus intenciones satíricas. Con el
tiempo, la brecha entre yinnis y
humanos se cierra para volver a abrirse después de más de ocho siglos. El nuevo
contacto provoca una serie de acontecimientos, a cual más delirante (y
divertido), que durará ¡cómo no! dos años, ocho meses y veintiocho noches y desembocará
en una sanguinaria guerra entre partidarios y adversarios de Dunia que –quienquiera
que sea el vencedor– culminará en el triunfo de una civilización tan carente de
miedo y pacífica que no necesita de creencias, aunque hay un inconveniente: se
han perdido los sueños. Leyendo las aventuras, a cual más disparatada, de los
miembros de la Duniazada no podemos
evitar ni sonreír ni imaginar la cara de guasa del novelista en el momento que
iba concibiéndolas.
Historias
dentro de historias porque el hombre nació con tendencia a inventar, y ninguna
de ellas debe predominar sobre las otras: “Todas
las historias son ficciones, decía ella, hasta las que insisten en ser hechos
reales, como por ejemplo quién estuvo aquí primero y qué Dios estaba antes que
los demás…”
Y,
envuelta entre ellas, la confesión más sincera, la que a través de los
pensamientos de un dormido Geronimo Manezes, expresa lo más profundo de Salman:
“… quiero pertenecer una vez más a aquel lugar lejano del que me marché hace tanto tiempo, del que estoy alienado, a aquel lugar que se ha olvidado de mí, donde ahora soy un extranjero a pesar de que fue allí donde empecé mi vida, quiero pertenecer de nuevo a él, caminar por sus calles sabiendo que son mías, sabiendo que mi historia es parte de la historia de esas calles,, aunque no lo sea y no lo haya sido durante la mayor parte de mi vida…”
Con
esto no he dado más que una pincelada del complejo paisaje que se muestra en la
novela, merece la pena embarcarse en ella y encarar las constantes sorpresas
que nos ha preparado su autor. Como él no se cansa de repetirnos, nuestra mejor
arma es el pensamiento, pero aunque no lo nombre va sobrado de otra casi igual
de importante: el humor.
TWO YEARS, EIGHT MONTHS AND TWENTY-EIGHT NIGHTS - PUBLICACIÓN: 2015 - (EN ESPAÑA: 2015 - EDITORIAL SEIX BARRAL - BIBLIOTECA FORMENTOR) - TRADUCCIÓN: JAVIER CALVO - PÁGINAS: 400
Sin duda valdrá la pena ese recorrido por los mil y un cuentos de esquivar.
ResponderEliminarUn saludo
Pues anímate a leerlo y luego nos cuentas. Pero, aviso, los lectores no lo tenemos nada fácil con este libro.
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