A orillas del mar, de Abdulrazak Gurnah

 


El mar debe ser para el flamante Nobel 2021 el paraíso prometido, un remanso de paz que espera alcanzar o conservar cuando ya se tiene. Como a tantos de nosotros el mar le atrae, vivir en la costa es una gran suerte. La frase que da título a la novela se repite varias veces a lo largo de esta, como el testimonio de cuáles son sus preferencias, aunque no siempre el mar ha simbolizado una buena vida para nuestro personaje principal, durante años vivió prisionero en una isla, sin embargo no ha dejado de ser un referente. 

No creo que A orillas del mar pueda considerarse una obra de protagonista único pero tampoco tiene carácter coral. Yo diría que se sitúa en un espacio intermedio con dos protagonistas interpelándose sin que ninguno de ellos adquiera más relevancia que el otro. Como es habitual en el autor, los dilemas éticos cobran un papel fundamental: la honestidad, la culpa, la dificultad de saber quién tiene razón… En este sentido,  el argumento no tiene nada de maniqueo: enfoca un punto de vista y uno de los personajes aparece con una luz determinada que le hace parecer malvado, luego escuchamos su versión y entendemos que no todo es tan sencillo y que cada uno ha juzgado los hechos desde su perspectiva particular, olvidando momentos fundamentales e ignorando otros. Como suele suceder, ambos tenían una visión parcial y distorsionada de lo que fueron sus vidas que les impedía ser objetivos. Gurnah construye su novela, o la mayor parte de esta, como un largo diálogo en el que las rencillas familiares, los malentendidos, los falsos testimonios, las calumnias, distorsión de la verdad etc. van saliendo a la luz demostrando que pocas veces se tiene la razón absoluta, sea cual sea el conflicto que tratemos.

Otro asunto fundamental es el de la inmigración y las causas que conducen a ella. La colonización, por ejemplo, –uno de los temas recurrentes del autor– y el drama que supone para ciudadanos y familias, aunque cuando el colonizador se retira los problemas vuelven a acumularse ya que todo cambio brusco produce un desequilibrio. Los gobiernos títere, la miseria, las cuestiones pendientes, las dictaduras, la violencia, la injusticia forman un alud que hace saltar por los aires los cimientos de una sociedad que empezaba a estabilizarse. En circunstancias como esas, a veces no hay más remedio que salir huyendo, pero ¿qué les espera al otro lado? En el mejor de los casos, hostilidad, desprecio y prepotencia. La llegada de Saleh Omar –a sus 65 años y bajo una identidad falsa– a un aeropuerto británico fingiendo que no habla inglés, la hostilidad que recibe por parte del personal de inmigración, los prejuicios, esa superioridad que ostentan están perfectamente reflejadas y podrían servir de texto pedagógico de las escuelas de Occidente.

“Mírese, señor Shaabán, Me apena decírselo porque no lo va a entender, y ojalá lo entendiera de una puñetera vez; la gente como usted se  viene aquí sin tener la mejor idea del daño que causa. No encaja usted en ese lugar, no valora las cosas que nosotros valoramos, no ha tenido que sacrificarse por ellas a lo largo de varias generaciones… y no lo queremos aquí. Le haremos la vida imposible, lo someteremos a toda clase de humillaciones y quizá incluso a actos de violencia. ¿Por qué hace esto, señor Shaabán?”

Toda esa perorata va dirigida a alguien que, se supone, no sabe una palabra de inglés pero que, en realidad, lo entiende perfectamente, por parte de un individuo que reprocha falta de entendimiento cuando es él quien no entiende, ni se va a molestar nunca en intentarlo, cuales son las causas de que una persona abandone su rutina y se refugie en un país tan lejano del suyo y tan diferente. Este funcionario en concreto parece pensar, y no es el único, que los procedentes de un país africano se pasean en taparrabos por la jungla y echan mano de algún coco cada vez que tienen hambre. Pero la historia que el falso Rayab Shaabán y Latif Mahmud se turnan para contarnos está llena de transacciones comerciales, litigios judiciales, encarcelamientos, falsificaciones documentales, latrocinios, fortunas que acaban en ruina y otras cuestiones habituales en toda sociedad civilizada. Es más, en opinión del primero todo saltó por los aires cuando dejaron de establecer alianzas basadas en la confianza y los negocios se volvieron fraudulentos. “Antes de que hubiera mapas el mundo no tenía límites, fueron ellos los que lo moldearon y le dieron el aspecto de un territorio, de algo que se podía no solo arrasar y saquear, sino también poseer.” Esta mentalidad roussoniana no es admisible, sabemos que contiene grandes falacias, pero algo de verdad hay en ella: a estas alturas, no es posible negar el efecto del dinero como poder corruptor.  

Gurnah sabe dibujar con trazo firme la mentalidad del país de origen, cuyas tradiciones y creencias religiosas determinan por completo las conductas así como el fuerte arraigo familiar, tan acogedor en un principio como cruel cuando los asuntos empiezan a torcerse. Una parte del relato resulta inconcebible para una mente occidental –aunque las zonas rurales de cualquier país conservan aún rasgos parecidos– pero cualquier ecosistema posee procedimientos que sirven de contrapeso para corregir desequilibrios, y lo que funciona en otro sitio no tiene por qué ser peor que lo nuestro, simplemente forma parte de un conjunto de interrelaciones completamente distintas. 


BY THE SEA - PUBLICACIÓN: 2001 - EN ESPAÑA: 2022 - EDITORIAL: PENGUIN RANDOM HOUSE - TRADUCCIÓN: PATRICIA ANTÓN DE VEZY Y RITA DA COSTA . PÁGINAS: 352

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