Ellis Island, de Georges Perec


Nosotros no estábamos allí. Aún faltaba mucho para que naciésemos, incluso el autor de estas páginas llegó a este mundo cuando aquello ya estaba de capa caída. Tampoco es probable que hubiésemos emprendido una aventura semejante: de mi país pasaron por allí tan pocos que ni siquiera ha quedado registro. Y, lo más importante, tampoco lo habríamos deseado. A aquel lugar llegaron los vencidos, los derrotados, los sin esperanza, los parias de este mundo, los miserables, y los que España exportó se dirigieron bastante más al sur. Algunos de aquellos, más bien pocos, triunfaron, muchos salieron adelante, otros fueron rechazados por considerarlos enfermos o inútiles. Hablamos de Ellis Island, un islote aledaño a la estatua de la Libertad que se destinó a recibir, seleccionar, clasificar, etiquetar y distribuir el material humano que necesitaban los pioneros para poner en marcha el país, para que los que ya se habían asentado dispusiesen de mano de obra que levantase infraestructuras, limpiase, acarrease, en suma, se encargase de los trabajos más penosos mientras ellos ponían sus flamantes negocios en marcha.

Perec, al que como bien saben sus admiradores imaginación no le faltó nunca, llega a la zona con un encargo muy concreto, se empapa de lo que ve, toca, huele, escucha, y lo hace con la sensibilidad a flor de piel y el cerebro repleto de imágenes. Saber que existió Ellis Island es una cosa, llegar allí y contemplar los detritus arrojados al pasado por aquella masa de gente -tanto inmigrantes como los empleados que les atendieron- es dejar que la mente flote, que viaje en el tiempo, que mire de arriba abajo a aquellos antepasados suyos, con sus equipajes deshilachados, su extenuación después de un viaje largo y arduo, sus ansias de emprender una nueva vida y dejar sus experiencias pasadas en aquel siniestro no lugar. 

El apogeo de Ellis Island tuvo lugar entre 1892 y 1924 y recibió alrededor de 16 millones de refugiados. Perec -apellido afrancesado por razones de seguridad, dadas las circunstancias- nacería en 1936, sus padres fueron judíos polacos, él se presentó voluntario y murió en la guerra, la madre sería capturada por los nazis y asesinada en  Auschwitz. El hijo lamenta no haber llegado a conocer la lengua que ellos hablaban ni asimilar la cultura de sus ancestros. Esa sensación de desarraigo (supongo que el desarraigo de un genio es tan triste como el de todos los demás, solo sus frutos son distintos) es la causa del cúmulo de sensaciones contradictorias que Perec manifiesta en este escrito. Pero sus padres nunca visitaron el continente americano, si lo hubiesen hecho probablemente se hubiesen salvado y la vida del escritor hubiese sido muy distinta. En cambio, el bisabuelo del realizador Robert Bober -que fue quien decidió rodar el documental que da origen a estas páginas cuando las autoridades americanas convirtieron el islote en un museo- sí anduvo por allí, pero fue rechazado por los funcionarios estadounidenses y reportado de nuevo a su país. Un pasado similar y una colaboración que se concretó en el largometraje mencionado, titulado Relatos de Ellis Island, historias de errancia y esperanza, que se rodó entre 1978 y 1980 y se abre con la voz en off de Perec:

"En París, cuando decíamos que íbamos a rodar un documental sobre Ellis Island, casi todo el mundo nos preguntaba de qué iba. En Nueva York, casi todo el mundo nos preguntaba por qué".

Preguntas y respuestas hasta la extenuación de una mente privilegiada en continuo movimiento, experimentos inauditos que lleva a cabo con éxito, toda una vida dedicada a indagar sobre fondo y forma literarios son el resultado de una inquietud que el escritor lleva grabada en su ADN y que ha producido algunas de las mejores obras de la literatura francesa. De su época y de todas. En algunas se impone dificultades (restricciones = contraintes) que resuelve con éxito y suponen un reto para el lector. Esta no, es corta sencilla y descarnada. Sí es una constante la simbiosis emocional con el lector que se produce en todas ellas, siempre, claro está, que este acepte las normas que se le imponen. En esta en concreto, recibimos una bofetada de realidad y antes de que nos demos cuenta hemos acabado la lectura.

"En resumidas cuentas, Ellis Island no será más que una factoría para fabricar americanos, una fábrica para transformar emigrantes en inmigrantes, una fábrica a la americana, tan rápida y eficaz como una charcutería de Chicago, en un extremo de la cadena se pone a un irlandés, a un judío de Ucrania o a un italiano de Apulia, y por la otra punta -después de una inspección ocular, un vaciado de bolsillos, una vacunación y una desinfección- sale un americano".

Naturalmente, este proceso, tan humillante y masificado como podamos imaginar con los datos disponibles, solo concernía a la gente pobre, a quien necesitaba desesperadamente salir de una situación insoportable por inhumana y estaba dispuesto a prestarse a lo que fuera. Los que disponían de una economía saneada y podían viajar en las zonas nobles elegían su destino y nadie les pedía cuentas.

Esto es, en esencia, lo que relata Perec en Ellis Island. Los lectores nos emocionamos por la sinceridad con que transmite sus sentimientos y porque, igual que él se imagina a sus antepasados en esas instalaciones polvorientas salpicadas de objetos deteriorados y en desuso, nosotros adivinamos su silueta conmovida paseando por allí, sus hombros hundidos, sus manos palpando las paredes, sus ojos reprimiendo las lágrimas. No nos cuenta grandes cosas, pero cada afirmación, cada dato, cae como una losa sobre nuestra empatía y quizá entendamos mucho mejor ese mismo fenómeno, que se repite actualmente en varios países, el mío incluido, y al que muchos aluden con indiferencia cuando no con abierta hostilidad. ¿Han escuchado alguna vez la expresión "los que no comen jamón"? Son las palabras más despreciativas, inhumanas e injustas que he oído al respecto, y quienes las pronuncian se retratan como los psicópatas racistas que son. Solo les deseo que pasen por la misma situación en algún momento de su vida, pronto a ser posible, no por afán de venganza sino para que se pongan en el lugar de esas personas y pierdan su insufrible prepotencia. Si es que pueden, claro.


TÍTULO ORIGINAL: RÉCITS D'ELLIS ISLAND - PUBLICADA EN 1980 - EN ESPAÑA: 2021 - EDITORIAL ESPAÑOLA: SEIX BARRAL - TRADUCCIÓN: ADOLFO GARCÍA ORTEGA  - PÁGINAS: 96

Comentarios

  1. Creo que sirvió para adaptarse al nuevo mundo, o para sedimentar, en pasado, el origen del que partían. Un buen libro, gracias por compartir.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Lo malo es que les trataban como ganado o peor, mucha eficiencia pero humanidad cero. Eso es lo que se encontró el autor, y aunque no es muy explícito se entiende perfectamente.
    Abrazo de vuelta

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Explícate: