En la orilla, de Rafael Chirbes
Ya han pasado seis años
desde la publicación de Crematorio y
estaba deseando leer la siguiente novela de Chirbes, sobre todo después de tanta crítica entusiasta. Confieso que soy incapaz de compartir toda
esa nube de elogios, la novela anterior poseía una cualidad reivindicativa y
plagada de referencias sobre la actualidad, que aquí desaparece sustituyéndose
por la mera repetición machacona. En ella, el larguísimo flujo de
conciencia estaba más que justificado por ser quien llevaba el peso de una
historia más amplia y por el hecho de encontrarse el narrador atrapado en medio del tráfico por la ruta que llevaba al tanatorio, además, se insertaba perfectamente en el conjunto.
La nueva fisonomía de
la costa levantina se nos muestra ahora a través de Esteban, un personaje aplastado
por la vida y hundido hasta el cuello en deudas, de un amigo que pudo escapar
del pueblo, conquistar a la mujer que ambos amaban y triunfar en el mundo de
los negocios, de un coro de parroquianos que no hacen más que amplificar las
opiniones del narrador-protagonista, y, finalmente, de una criada que finge profesar
afecto al protagonista y en el fondo le desprecia. Según puede verse, el panorama
subyacente rebosa tragedia, crudeza y sordidez.
La primera parte es muy
corta y promete. En ella se abordan cuestiones como racismo, inmigración,
desempleo, odio y desconfianza hacia el extraño, etc. que podrían ser el
preludio de esa actitud crítica, tan social como personal, que caracterizaba a Crematorio. En ella se descubre un cadáver
que, en realidad, no es más que un señuelo dirigido al lector. Intuimos de
quién puede tratarse pero, en tal caso, quizá no debería estar solo. Un importante
cabo suelto al que habría que añadir otros rasgos que van apareciendo y que,
inevitablemente, hacen perder fuelle al conjunto. Como la insistencia excesiva sobre
el mismo –y tedioso – asunto de pasadas cobardías y frustraciones actuales, o
un exceso tal de enumeraciones que dejan de interesar por obvias, como si con
solo pulsar una pestaña del catálogo surgiesen automáticamente una serie de
connotaciones archiconocidas y redundantes. Obviamente, una mayor economía de
recursos hubiese añadido calidad al producto pero, junto a este exceso de
verborrea, existe una evidente laguna de información básica.
No obstante, la prosa de
Chirbes me sigue atrayendo, sobre todo en las descripciones (ese anciano que no
es más que un desecho viviente, ese pantano productor de miasmas). Pero ni
siquiera el lenguaje se salva del todo. Esteban, el narrador-protagonista
resulta demasiado culto, demasiado filósofo para ser un simple carpintero de
pueblo. Detrás de sus palabras, que abarcan la novela entera, se escucha con
demasiada claridad a su autor. “Todos
sabemos que el mundo se divide entre lo que yo soy y lo que es lo demás. La
gran grieta existencial. La historia entera de la filosofía gira sobre ese
tema, y es algo que damos por supuesto desde que empezamos a adquirir las
primeras percepciones.”
Como se ve, de
caracterización del personaje principal, nada. Chirbes, por boca de Esteban,
deja vagar sus pensamientos. Habla, por ejemplo, del dinero, que con el tiempo
modifica la fisonomía de la gente, les vuelve respetables y literalmente lo son,
ya que no tienen que hacer el trabajo sucio pues tienen quienes se encargan de
ello. Incluso, “nosotros mismos hemos
adquirido en pocos años ese privilegiado estatuto, el espejismo de que todos
somos señores”, pues casi nadie tiene que matar lo que se come, siempre hay
alguien que lo hace por uno. O de que la vejez requiere compañía, la de aquellos
a quienes se dio la vida y los cuidados. El que no tiene descendencia –asegura–
tendrá que asumir el drama de morir solo. Aunque esto, en realidad, “expresa cierta prepotencia, algo que podría calificarse
como un exceso de orgullo. Hay que compartir –dicen– o sea mendigar cariño,
pena, pasar al cobro viejas facturas…” Frente a ese empeño de reunir a la
familia en torno al moribundo, se impone el propio pudor, el deseo de que no
haya un solo testigo cuando se protagoniza semejante espectáculo. Otras
reflexiones giran en torno al sentido de la vida, las decisiones que
condicionan la existencia, o la codicia en las relaciones familiares. Largos y
complejos incisos llenos de sabiduría y sensatez que no concuerdan para nada
con el aburrido personaje que ha creado Chirbes. ¿No hubiese sido más adecuado incluirlos
en un ensayo donde el autor opinase como
tal?
Un flujo de conciencia
que presenta el discurso desencantado de alguien de vuelta de todo para quien
la vida, personal o de grupo, no es más que un amasijo de mugre. El estilo,
descarnado y vigoroso, va más allá de lo cinematográfico: no parece que lo
estemos viendo sino que nos trasladamos allí, olemos, tocamos, sentimos la
temperatura y hasta la nausea.
Solo muy de vez en
cuando se abandona el monólogo para trasladar al lector las cínicas
conversaciones de barra. Allí los parroquianos pasan revista a costumbres, connivencias
e injusticias sin dejar títere con cabeza. Pero el formato es demasiado
desnudo, los personajes no nos han sido presentados debidamente, da la
impresión de que opiniones e individuos son fácilmente sustituibles, y el
lenguaje –también aquí idéntico al del narrador– es demasiado elevado y
complejo para desarrollarse en una taberna.
Sin embargo, y a pesar
del desencanto que he experimentado al leerla, el buen oficio de Chirbes sigue
brillando aquí.
PRIMERA EDICIÓN: 2013.
EDITORIAL ANAGRAMA (COLECCIÓN NARRATIVAS HISPÁNICAS)- PÁGINAS: 440
De Chirbes leí "En la lucha final" y me decepcionó, porque la encontré superficial y sobrecargada de sexo (un tema que vende mucho en la literatura y el cine españoles; suelo decir que, si hoy en día se hiciesen versiones de "Fray Escoba" o "Marcelino pan y vino", se las iban a arreglar para colarnos escenas de sexo hasta en esas). Tú no eres la única que veo que habla bien de "Crematorio", así que quiero leerla en cuanto pueda. Por lo que se refiere a esta novela que comentas ahora, puesto que suelen inspirarme mucha confianza tus críticas (siempre, además, muy bien escritas), me temo que no la pondré entre mis objetivos. Yo ando ahora en la relectura de un libro que me parece colosal en muchos sentidos: "Sobre héroes y tumbas", de Ernesto Sábato; a lo mejor, cuando acabe, si tengo tiempo, hago un pequeño artículo en mi blog.
ResponderEliminarJeje. Yo en la carrera dejé de asistir a las clases de un profe porque en una sobre Berceo se las arregló para hablar de sexo. Ya le había escuchado en un par anteriormente pero aquello me pareció demasiado. (Como lo de Marcelino pero en el aula)
ResponderEliminarLeí hace mucho Sobre héroes y tumbas, me gustó pero me pareció algo complicada, creo que era demasiado joven. No me acuerdo de nada, si fuese de relecturas este sería el momento.
Creo que Crematorio te puede gustar, si no es así, supongo que En la orilla todavía menos.
Gracias por los elogios
Sí que es complicada y tiene elementos que, para entenderlos bien, hay que tener unos conocimientos de la historia argentina de los que yo carezco, pero, aun así, Sábato me gusta porque retrata muy bien ese lado oscuro del ser humano; en este sentido, creo que "Sobre héroes y tumbas" es una novela más apropiada para lectores maduros.
ResponderEliminarPues si tropiezo con ella en la estantería, a lo mejor hasta la releo.
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