Henderson, el rey de la lluvia, de Saul Bellow
En un recóndito rincón del continente africano
encontramos a Eugene Henderson, un individuo enorme, extraordinariamente fuerte
y riquísimo que se separa de su primera mujer y acaba aceptando las
pretensiones matrimoniales de la pizpireta y mentirosa Lily a quien, por
ejemplo, no le importa reconocer que le gustan las peleas. Pero estar enamorado
de ella no destruye la desazón que Eugene arrastraba desde hacía tiempo.
Finalmente, intenta conjurarla viajando al rincón más primitivo y recóndito
posible. Una vez allí se integra en una tribu, después en otra, le suceden toda
clase de peripecias, entre otras atraer la lluvia de forma involuntaria. De
este modo, sin esperarlo, se ve convertido en brujo. Y pronto descubrimos que
este honor, en realidad, está lleno de inconvenientes.
Eugene es un personaje entrañable que nos hará pasar muy
buenos ratos con sus ocurrencias y a menudo nos hará reflexionar pues su flujo
de conciencia es constante.
La forma de relacionarse con los que le rodean también es
peculiar. En realidad se divierte observándolos, no solo a aquellos que cruzan
accidentalmente por su vida, también, y sobre todo, a los que se une por lazos
afectivos: su mujer Lily, el rey Dahfu o Romilayu, su sirviente.
Él, en cambio, se considera hermético: “No, no me conoce. Jamás podrá conocerme. El
sufrimiento me ha mantenido en buena forma y por eso este cuerpo es tan
resistente. He levantado piedras, preparado hormigón; he cortado leña, he
trabajado con cerdos… mi fuerza no es una fuerza feliz. No ha sido una lucha
justa. Créame, usted es mejor hombre que yo.”
La paradoja es una constante en su vida y sus
pensamientos. Es rico pero vive como un miserable, ama a su mujer pero –si bien
temporalmente– la abandona poco después de la boda; es extraordinariamente fuerte
pero todos hacen lo que quieren de él, podría llevar una vida cómoda pero
siempre ha realizado tareas extenuantes, o estar orgulloso de sí mismo en
muchos aspectos y solo siente vergüenza, satisfecho con lo que tiene pero la
inquietud le corroe.
Las situaciones más absurdas, las fantasías más
delirantes, las más disparatadas ocurrencias se van sucediendo mientras vemos
asomar la ironía, el humor y el conocimiento del ser humano de Bellow (el rey
de la tribu solo es provisional: aún ha de pasar una especie de examen para
quedarse para siempre en el trono, al pobre Eugene le endilgan un muerto la
primera noche que pasa allí, y no es ninguna metáfora, y cuando él, siempre
animoso, le tira por un barranco, lo vuelven a colocar en el cuarto para que lo
vea cuando despierte). Su principal creación es, naturalmente, Henderson, pero
el resto de personajes que desfila por la novela es a cual más peculiar y
simbólico. El autor realiza constantes guiños sirviéndose de ellos pero su
sátira no es despiadada sino amable.
Bellow poseía una prosa excelente pero sus traductores
españoles (al menos los tres que conozco) no parecen estar a la altura. En esta
traducción, plagada de términos inadecuados y expresiones erróneas (por ejemplo
“cuando enarcaba las cejas formaba una
escena de arrugas hasta la nuca”, entre otras muchas), sorprende encontrar
un párrafo como este, tan admirablemente escrito como el resto, pero además
trasladado con total corrección:
“Vimos mesetas,
granito ardiente, torreones y acrópolis aferrados a la tierra; quiero decir con
esto que se sostenían negándose a dejarse arrastrar por las nubes que daban la
impresión de querer absorberlos. O a lo mejor, en mi melancolía, yo lo veía
todo fuera de su sitio.”
O bien esta impresionante metáfora: “Tales eran, someramente, mis obligaciones como rey de la lluvia (…)
Algo muy opresivo. Es como si los muertos
hubieran sido enviados por correo a otros lugares, y las lápidas fuesen los
sellos a los cuales la muerte ha pasado la lengua.”
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