Identidades asesinas, de Amin Maalouf
El
inconveniente que presentan los ensayos políticos –cualquier ensayo basado en
una época concreta– es que pueden quedar desfasados muy pronto. Pero su ventaja
radica también en ese desfase inevitable. Me explico: la obra que nos ocupa hoy
está llena de sabiduría, sentido común y conocimiento de su realidad presente.
Leída ahora puede parecernos excesivamente optimista, se nota que se escribió
años antes del atentado a las torres gemelas y eso le presta un aire un poco
ingenuo. No obstante, y precisamente por eso, constituye un documento histórico
de primera magnitud pues permite conocer el estado de opinión de ese momento.
La
afirmación que la sustenta es que cada ser humano está compuesto de muchas
identidades distintas: es hijo, padre o las dos cosas, bombero o arquitecto,
aficionado a la pesca o al cine, nacido en Buenos Aires o en Lugo, agnóstico,
calvinista, suscrito a la cienciología… Creo que se me entiende.
Amin
Maalouf, tanto por su particular biografía –con parte de su familia emigrante, unos
heterodoxos y hasta agnósticos, y otros protestantes o católicos a ultranza–
como porque se ha ocupado de mantener siempre a su mente en movimiento
constante, está por encima de esas cuestiones. Libanés de origen y residente en
Francia desde 1975, sostiene, como acabo de apuntar, que nadie posee una sola
faceta, y lo que convierte a una de ellas, sea del tipo que sea (religioso,
político, racial, lingüístico, nacionalista) en generadora de violencia es el
hecho de ser asumida como única o, al menos, como la que confiere al individuo
su carácter, la haya adoptado por herencia, por genética o por elección
personal. Parece evidente que cualquiera de estos rasgos compone un todo, y
resaltar alguno de ellos por encima del resto para confrontar cualquier
personalidad con la del resto del mundo es un error y fuente inagotable de
conflictos. Pero no todo el mundo está de acuerdo, por desgracia.
Para
remediar esto, el autor propone reducir desconfianzas mutuas, que lo nuevo no
desprecie las esencias culturales y estas comprendan la necesidad de modernizar
algunos aspectos. Lo que se desconoce suele producir temor, por eso, un recíproco
acercamiento constituiría un primer paso imprescindible. El siguiente consiste
en convencerse de que es posible modernizarse sin renunciar al propio
patrimonio cultural y que lo contrario significaría quedar eternamente
anquilosados.
Pero
esto no implica uniformizar, ni mucho menos. Ninguna medida que olvide respetar
todas las peculiaridades, por muy minoritarias que sean, tiene garantía de
éxito. A veces ocurre lo contrario y el objeto de discriminación es una
abrumadora mayoría. Lo que hace falta es estudiar cuidadosamente y sobre el
terreno cada caso, establecer pautas legislativas, constantes revisiones de los
resultados, e intentar abrir mentalidades para que el respeto al diferente se
vaya imponiendo.
Se
observa, tanto un elaborado trabajo de divulgación –la prosa es sencilla, los
ejemplos abundantes, los argumentos pocos y directos, constantes repeticiones y
explicaciones– como la firme voluntad de Maalouf de poner su particular granito
de arena para que todo vaya mejor. Incluso se atreve a desear que sus ideas
queden pronto obsoletas por no tener ya razón de ser. Lo que ocurrió, como
sabemos, fue todo lo contrario, y actualmente siguen más vigentes que entonces.
PRIMERA EDICIÓN: 1998 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES - PÁGINAS:
170 (aprox.)
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