Lady L., de Romain Gary
Romain Gary significa arde
novela en ruso, su nombre auténtico era Roman Kacew. Nació
en Lituania, pero fue en Francia donde ejerció como novelista, guionista,
piloto de guerra, director de cine y diplomático. Llegó a ser cónsul de Francia
en Los Ángeles. Se le considera uno de los mejores escritores en lengua francesa
del S. XX. Sensible a las críticas, utilizó hasta cuatro pseudónimos. Con esta
treta, que solo se descubrió tras su muerte, quiso demostrar a sus críticos que
era capaz de realizar una literatura innovadora. Y tenía razón, pues los que le
atacaban ponían por encima de él a un tal Émile Ajar, que no era otro que él
mismo. Ganó dos veces el Goncourt, como Romain Gary, en 1956 por Les Racines du ciel y en 1975
por La vie devant soi, firmada por
Émile Ajar. Aunque por esta no llegó a recibir el
premio.
Lady L. es la protagonista de una atinada sátira en la
que la respetabilidad de la aristocracia inglesa queda enseguida en entredicho.
Sirve de pretexto la celebración del ochenta aniversario de la dama; el recurso
utilizado, una imperiosa necesidad de confidencias; el receptor, su viejo y
prudente amigo Percy; en cuanto al contenido, su azarosa y oculta vida, así
como las circunstancias que la encumbraron social y económicamente. Es evidente
que el juego entre realidad y ficción, tan presente en la existencia del escritor,
le preocupaba intelectualmente como se refleja en esta novela aunque el
argumento no esté inspirado en su realidad personal.
La acción se desarrolla de forma elusiva y sintética: al
autor no le interesa recrearse en detalles, de ahí que no necesite demasiadas
páginas para elaborar una trama tan sórdida y escabrosa como podamos
imaginarnos.
La película del mismo nombre, dirigida por Peter Ustinov
–e interpretada por David Niven, Paul Newman y Sofía Loren nada menos– está llena
de cualidades cinematográficas e interpretativas, pero el desenlace es
radicalmente distinto: lo que quiso transmitir Gary aparece desvirtuado, sin
asomo de su primitiva carga crítica.
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