Homenaje a Masoch, de Augusto Monterroso
Augusto Monterroso |
Monterroso
era un maestro en componer un tinglado ficcional más que convincente partiendo
de un material minúsculo. Aquí el protagonista es un reciente divorciado, pero el mundo entero, o
casi, ha podido vivir algún ocasional momento de amargura, cuando recrearse en
la desgracia provoca una íntima satisfacción, algo parecido a una revancha en
la que solo nos faltase decir: “Mirad que a gusto me encuentro siendo
desgraciado”.
Así que es
muy fácil situarse en una escena como la que recrea magistralmente el escritor,
ya estamos dentro, ya somos cada uno de nosotros regodeándonos en nuestra
tristeza venga de donde venga, acarreando los instrumentos del placer: sillón,
botella, música y novelón decimonónico. En concreto, un lacrimógeno fragmento
de Los hermanos Karamazov –pues ¿existe
acaso en este mundo algo más angustioso que un texto de Dostoyevski?–. Nuestro escritor lo repasa con cierta minuciosidad, y eso ocupa las tres cuartas del texto, para
aterrizar otra vez de golpe en el presente. cerrar el libro al compas de los últimos
acordes y dormirse llorando por la pena que embarga a los personajes creados por el ruso,
tristeza ajena en cualquier caso que, como todo el mundo sabe, siempre es más
llevadera que la propia.
Cuando uno
es capaz de convertir en paradigma literario a un ser que nadie ha podido ver
nunca con nada más que siete palabras, es capaz de cualquier cosa. Sin ir más
lejos, de armar un relato convincente con
los mimbres de otro y unas cuantas palabras bien puestas. Como todo el mundo
sabe, hace falta mucho ingenio para arreglárselas con el mínimo esfuerzo
posible, y de ingenio nadie anda muy sobrado a no ser que te apellides
Monterroso y tu nombre de pila sea Augusto.
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