Luvina, de Juan Rulfo
Cualquier
fabulador futuro debería leer a Juan Rulfo antes de sentarse a escribir. Y a
muchos otros, dirán, y con razón. Sí, también a muchos otros, pero que no dejen
de leer Rulfo. Porque es la perfección hecha modestia. Porque toma el lenguaje
coloquial –el suyo propio, luego cada uno deberá acoplar sus propios rasgos– y
lo eleva y dignifica, lo poetiza sin dulcificarlo, lo convierte en pura materia
artística.
Siempre
me ha maravillado Luvina. Nada de la
brevísima obra del autor desmerece del resto, pero este relato en concreto es
un ejemplo de concisión, de lenguaje elaborado en su sencillez, de exactitud
léxica y de sabiduría literaria. A base de tener un sitio para cada cosa y de
poner cada cosa en su sitio, consigue conmovernos desde la primera línea. No
vemos las costuras ni reparamos en esas hipérboles sugestivas y espeluznantes
que jalonan nuestro camino lector. Simplemente nos dejamos llevar de su mano,
sacudir por los estímulos que nos ofrece, envolver por la emoción que nace de
él para desembocar en el preciso lugar y momento en que se esté produciendo la
lectura.
El
efecto contraste es demoledor. El paisano describe al forastero una Luvina
infernal en su desnudez, una Luvina desolada, mientras contemplamos con toda
naturalidad el espacio amable y pacífico donde tiene lugar el encuentro. Los niños juegan, en las cercanías transcurre
el cauce de un río, bajo un techo acogedor se comparten bebidas, se ven árboles
mecidos por el viento. Es la vida, espléndida y pujante, que inevitablemente
comparamos con aquel otro terreno agónico.
Además
de describir, personifica. La tristeza parece tener cuerpo, sentimientos,
entidad atribuible al ser humano. “Y usted,
si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla
la revuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como si allí hubiera nacido”.
También el viento tiene una especie de alma.
Parece
que no hubiera personas en el pueblo. Pero las hay. Son seres derrotados, como
fantasmas, con su fatalismo a cuestas, su inmovilidad, su sentimiento de
derrota y ese ancestral amor por los muertos que los mantiene allí, muriéndose
en vida un día tras otro.
También
hay un futuro sin esperanza, el que aguarda a ese forastero que no abre la
boca, abrumado quizá por la confesión del que de sobra sabe lo que va a encontrar
en Luvina.
INCLUIDO EN EL LLANO EN LLAMAS - PUBLICADOS EN LA REVISTA AMÉRICA EN 1950 .- REUNIDOS EN UN VOLUMEN EN 1953
Comentarios
Publicar un comentario
Explícate: