Miss Zilphia Gant, de William Faulkner





A veces encontramos las huellas de Faulkner leyendo al propio Faulkner. Me explico, cuando su estilo nos recuerda otras lecturas reconocemos en él al genuino, a la madre de todas las influencias. Está en Alice Munro, por ejemplo –y aquí se reconoce mejor que en otros casos debido a la temática común– pero son muchos los escritores que han aprendido de él dejando que la acción fluya, exponiendo sin intervenir, enfocando como por casualidad determinadas estampas esclarecedoras.
Si tuviese que escoger un solo factor para juzgar la excelencia de una obra, me decidiría por su facilidad para satisfacer a todo el mundo. Si el autor enfoca un pedazo concreto de realidad y lo hace sincera y certeramente, es habitual que los retratados se reconozcan complacidos y sus críticos detecten con facilidad todas y cada una de las lacras que aquel pretendía sacar a la luz.
La literatura escrita por hombres –que, por otra parte, sigue siendo mayoría– se ha caracterizado por su sexismo. Para compensar la cosa, podemos intentar crear un mundo ficticio donde todo se encuentre idealmente nivelado, incluso puede estar bien como utopía, pero cuando un escritor es honesto, intencionadamente o no, refleja un estado de cosas claramente injusto. Y eso tiene una evidente lectura feminista, son las dos caras de la misma moneda: se puede denunciar una situación enfocando la desigualdad, o al contrario, pintar esa sociedad perfecta en la que nos gustaría haber nacido. Ambas posturas son legítimas y se complementan perfectamente. En este relato (que se puede encontrar en [PDF]), no podemos culpar a la protagonista, al menos no totalmente. Es la vida quien convierte a la señora Gant en la peor enemiga de sí misma, tanto ella como su hija son víctimas de una mentalidad rígida, encorsetada por las convenciones religiosas, siempre con la espada de Damocles sobre ellas, en un mundo dispuesto a culpar a las mujeres y a absolver a los hombres, una culpa omnipresente que amenaza con la condena eterna a la menor desviación de la norma, fruto de una doctrina poco o nada compasiva en la práctica.
Aún así, la actitud despiadada de la madre, su dureza y crueldad extremas –aunque entendamos que son consecuencia de la soledad, la desesperación y los prejuicios casi congénitos– producen en los lectores el efecto deseado. Un pavor absoluto, eso es lo que sentimos, y no es fácil para un escritor llevar a nadie hasta ahí. Parte del secreto se encuentra en la ambigüedad y el laconismo que impregnan el relato. Faulker no muestra explícitamente lo que pasa por la mente de esa mujer, tampoco lo que piensa y siente la niña, ni siquiera una vez convertida en adulta, pero lo vemos reflejado en sus actitudes y en otras muchas señales que dispersa hábilmente por sus páginas.
Un relato admirable si no fuera por ese desenlace que, por forzado, no me parece que esté a la altura del resto. Que se produzca toda esa sucesión de circunstancias y que Zilphia, una mujer que ha vivido aislada del mundo, sea capaz, en primer lugar de hacer lo que conviene para estar continuamente al tanto y luego de alterar el curso de los acontecimientos en su propio beneficio lo considero el colmo de lo inverosímil. En mi opinión, el final estaba ya escrito, solo hacía falta haber cortado a tiempo.


MISS PILPHIA GANT – ESCRITO EN 1929 – PUBLICADO EN 1932 – CLÁSICO: VARIAS EDICIONES

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