Donde rompen las horas, de Eduardo García
Para un laico,
un poemario viene a ser como el breviario de los monjes. Si paseas por los
claustros de la vida, con parsimonia y un libro abierto entre las manos, acabarás
tropezando con una frase que te cautiva por su
cadencia, por lo que tiene de indagación en los secretos del mundo, y leerás el
poema completo como quien bebe de un sorbo el último cuarto de botella, y te
sentirás ebrio de pasión por las palabras.
Ignoro si este
título se inspiró en Rompiendo las olas,
el impresionante film de Lars von Trier estrenado hace más de veinte años que
transmite esa misma pasión con la profundidad del mar sirviendo de eje, papel
que en el poema ejerce la omnipotencia del tiempo. Amor y océano insondable en
ambos casos. Por desgracia, ya no se lo podremos preguntar al poeta, que
falleció prematuramente el año pasado dejando tras de sí una nutrida obra.
“Desperté y he venido, / mujer de humo y distancias, mujer innumerable, / a la azul vecindad de los espacios, / el cruce en que los itinerarios se desbordan, horizonte o frontera, tras la cual nos esperan otras aguas.”
Como horizonte y frontera podríamos definir también al mar y es, por
cierto, el título del poemario; el mar es nuestro espacio vecino teñido de
azul, cruce de itinerarios, camino entre unas y otras aguas. Amor y mar
presidiéndolo todo, como en la película.
“Imagen detenida, desperté. / Me llamaba tu voz desde las pasarelas / del tiempo. Abrí los ojos. He venido / a besarte los labios minerales: / besos de cartón-piedra a la luz de los focos / que idealiza el recuerdo, tu mirada / más ágil que la luz hiere la tarde / se acomoda en mis manos, habla, dice:”En un tiempo sin tiempo, en el instante, / mismo / de la respiración, / cuando la vida toda parece contemplarnos, / desde la inhóspita región de lo posible /más allá de sus lindes, mírame, / podemos encontrarnos en la espuma, / donde rompen las horas /entre el siempre y el nunca y el quizás.”
Es un hecho que la espuma donde rompen las horas ejerce
de evidente metáfora marina del tiempo. El recuerdo le devuelve la imagen detenida de la mujer en un tiempo sin tiempo, es decir, al
margen del paso de los años. Según esto, lo que media entre el presente y el
pasado podría ser el instante de un suspiro o la vida entera desfilando ante
sus ojos. Esta indiferencia –relativa – por las distancias temporales supone un
claro resquicio a la esperanza.
Hablo de indiferencia relativa porque
el recuerdo (“labios minerales”, “besos de cartón piedra”) no es más que una
presencia acartonada. La imagen detenida
es tan rígida como una estatua y solo un encuentro puede actualizarla
convirtiéndola en real y flexible.
“Y te callas, ausente como un árbol. / Y escucho por mi sangre resonar tu llamada / como el eco en un túnel confluye con la luz / de los faros que al fondo se vislumbran. / Y digo:”Sí, / quisiera acompañarte a esa región que dices, / tu débil voz, tu calidad de nube, / tu cuerpo de ecos turbios y leopardos.” Tiendo mis manos al encuentro, al puro / abrazo de las sombras. Casi rozo / tu umbría claridad cuando la luz / se interpone de pronto, me deslumbra / la vida, pierdo foco, palidece / tu imagen como aliento en el cristal, / se desmorona / rojo carmín tu voz en el silencio.”
Atención a los encabalgamientos
porque añaden gran dramatismo al conjunto. Aunque provenga de alguien
silencioso y ausente, parece tener lugar una llamada, así como una respuesta y,
por fin, la triste imposibilidad del encuentro. Es posible que esa voz no fuese
más que una ilusión del poeta: la presencia femenina sigue siendo imagen, no se
acaba de concretar en una persona, su voz es en realidad un silencio que él percibe
como sangre.
El poeta Eduardo García |
“Regreso a ese otro sueño en el que vivo, / con sus fríos relojes que no saben / detener el instante / y su lógica hostil y sus fronteras. / No hay sitio para ti: / irrespirable / el aire de este mundo. / No hay sitio para mí / para mi oculta transparencia: / aquel que soy al fin cuando despierto / donde rompen las horas / entre el siempre y el nunca y el quizás.”
Al fin, todo ha quedado en nada
más que una esperanzada quimera. El sueño de la fantasía deja paso a ese otro sueño
que es la realidad, los relojes reclaman su lugar en el tiempo, las fronteras en
el espacio y se impone una lógica tan hostil como ineludible.
Donde rompen las
horas (De Horizonte o
frontera, 2003)
Eduardo García (1965-2016)
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