El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu
Un título extraño, ambiguo, con ecos surrealistas
que quizá sean el resultado de una traducción casi imposible. Les adelanto que tiene
explicación.
Leyendo a Cartarescu, lo imaginamos como un ser
contemplativo que anda por el mundo absorto en la poesía que encuentra en él,
con su colaboración, claro, porque su espíritu de poeta recibe impresiones que
al común de los mortales, y salvo momentos excepcionales, nos están
prácticamente vedadas.
El volumen no es significativo del
conjunto de su obra aunque contiene ecos de ella en todas partes. Este es uno de sus valores, aunque quizá suponga una
decepción para quien pretenda hacerse una idea de quién es el novelista
(o poeta) rumano más relevante en el mundo occidental. Recoge veinte textos
diferentes en contenido e intención pero unidos por esa esencia poética, esa
forma particular de ver la realidad velando su aspecto más prosaico y pasándola
por el filtro de su mirada, impregnada de sueños, recuerdos, sentimientos, una
mirada casi onírica. Por eso, todo el que espere un contenido objetivo se verá
decepcionado. Hay que sumergirse en el espíritu Cartarescu y
dejarse llevar por la corriente. Puede que nos arroje a otras costas, o que nos
ayude a encontrar algo de nosotros que no conocíamos. De una forma casual, eso
sí, sin buscar respuestas concretas porque lo que hay es lirismo puro, nada que
ver con asuntos prácticos ni tópicos de andar por casa. Al contrario, lo que
muestra es una visión tan personal de él mismo y lo que le rodea que puede
costar seguirle a veces.
Los asuntos son variados, y como pueden
imaginarse, la escritura no podía faltar. Así comienza Ada-Kaleh, Ada-Kaleh, el primero de esos artículos, repleto de
referencias sensoriales y nostalgia:
“Como si, al escribir, cada línea que trazo en la página con bolígrafo se cubriera de moho, y cada página que dejo atrás, cubierta con mi escritura, se abarquillara, amarilleara y se retorciera como una hoja seca. Pero yo seguiría escribiendo, igualmente, cada vez más rápido, para que no me alcancen el desastre y la desgracia.”
Los recuerdos, y la infancia en particular, están
muy presentes en esta obra. También encontramos en ella un panteísmo difuso,
una confusión de mundos, lo sólido y líquido, lo mineral y lo humano, todo ello
formando parte de la misma sustancia y recreado por su imaginación sin límites.
Se nos muestra un mundo complejo y repleto de matices que no comprendemos del
todo porque ni estamos en la mente del autor ni todo lo que cuenta se puede
explicar desde un punto de vista racional. Generalizando, un pesimismo
existencial lo recubre todo, Sin ir más lejos, en ese primer artículo, ve el
mundo como una ruina compuesta de ruinas, tanto lugares como personas, incluso
él mismo confiesa serlo. La realidad es polvorienta, es más, a sus ojos, todo
parece irse hundiendo con mayor o menor lentitud.
En ese totum revolutum, ciudades, lecturas, sus escritos anteriores, experiencias, gente que conoció, ideas o gustos que
abandonó en algún momento, todo desfila de una pieza a otra, unidades
heterogéneas en sí mismas que forman un conjunto bastante coherente. Su
recorrido es un caminar melancólico, y tan descriptivo que nos obliga a mirar
lo que va viendo: ciudades, estancias, edificios, pero también sueños, recuerdos,
mitos, personajes universales (literarios o no), acontecimientos históricos y fantasías de toda índole.
“Los imperios se han hundido y los todopoderosos reyes han sido olvidados, pero Ovidiu, metamorfoseado en hombre de bronce sobre el pedestal vive todavía desde hace dos milenios.”
En ese peregrinar, el yo actual no suele relacionarse, tan solo observa o se recuerda
interactuando. Pero no todo es etéreo, lo material
asoma a veces en forma de carencia y el antojo consiguiente por lo que le está vedado, como
en la anécdota del Nescafé o los vaqueros. Todo ello pasado por su particular
filtro, que confiere una importancia desmesurada a cada vivencia personal.
Ese deambular contemplativo se vuelve
exigente cuando reclama no atribuir a Rumanía un exotismo que no posee Su país
es tan europeo como el que más, él mismo se ha impregnado de su cultura, sus
referentes son los de cualquier habitante culto del continente. Una idea que se
atisba aquí y allá y se hace explícita en Europa
tiene la forma de mi cerebro,
“Ser europeo no significa para mí ser bueno (mejor que otros) sino ser complejo, ser un personaje complicado, lleno de contradicciones, pero capaz de reconocerlas y de conciliarlas. La gran tradición europea ha guiado toda mi vida, al igual que mi rebelión contra ella. (…) Existen muchas Europas diseminadas en el tiempo y el espacio, una confederación multidimensional de Europas.”
Las reflexiones toman forma de relato
autobiográfico a veces. El más conmovedor es el que da título al libro, El ojo castaño de nuestro amor, donde se
narra la extraña pérdida del hermano gemelo. Una herida que, es de suponer, no
puede cicatrizar nunca del todo.
“Por las mañanas, cuando me miro al espejo, no veo a nadie. Pero siempre que paso a visitar a mi madre, que ya tiene ochenta años, la estrecho entre mis brazos, acerco mi sien a la suya y siento entonces que, al igual que el viento paracleto, que no sabes de dónde viene ni adónde va, Víctor está también ahí, en el abrazo.”
ÍTULO ORIGINAL: - OCHOUL CÂPRUI AL DRAGOSTEI NOASTRE - PRIMERA EDICIÓN: 2012 - EN ESPAÑA: 2016 - EDITORIAL ESPAÑOLA: IMPEDIMENTA - TRADUCCIÓN: MARIAN OCHOA DE ERIBE - PÁGINAS: 208
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