La escoba del sistema, de David Foster Wallace

 


Esta es la primera novela de David Foster Wallace, hasta ese momento (1985) solo había publicado relatos. Lo lamento, pero después de una eternidad anunciando este artículo, no he sido capaz de pasar de la página 242, y mi ejemplar tiene más del doble. En mi defensa diré que en este momento mi vista no anda bien del todo y que, en espera de una solución estoy leyendo poco y más despacio que de costumbre. Ni afirmo ni niego porque nunca se sabe, pero hoy por hoy no tengo intención de continuar esta lectura, dejó de interesarme hace ya muchas páginas y la he sustituido por otras que leo con auténtico gusto.

Cuenta D.F.W. en la carta que figura al frente de la obra –enviada al agente que, supongo, acabó aceptando el manuscrito– que se trata de un producto fresco y juvenil, Le envía el octavo capítulo de un total de veintidós por considerarlo más significativo que el primero. En ese momento contaba veintitrés años y se le adivina repleto de ilusión. No muestra dudas de su potencial como escritor y hace bien, pues en lo que llevo leído lo demuestra de sobra. Es más, tanto alardea de su talento que acaba aburriendo, no al lector en general, pero sí a esta lectora en particular e imagino que no seré la única. Y no puedo negar mi entusiasmo del principio, que se mantuvo durante un buen trecho y desapareció casi de repente. Esa protagonista, heredera de la familia más influyente de la región, los Beadsman, recién salida de la universidad, entregada a un trabajo mal remunerado y muy por debajo de sus capacidades, emparejada con un jefe mucho mayor que ella y excéntrico hasta caer en el ridículo, esta chica, digo, llamada Leonore, igual que su bisabuela con quien mantiene un sólido vínculo promete hacernos pasar muy bueno ratos. ¿Y qué decir de su familia? Empezando por la susodicha, que desaparece del geriátrico junto a otros residentes y parte del personal, su padre, ilocalizable en sus viajes y ocupaciones de hombre de negocios, su hermana mayor, obsesionada con filmar el modélico núcleo familiar que ha creado. Modélico según su criterio, claro, doy por hecho que el autor quiere transmitirnos el horror que siente hacia exhibiciones de ese tipo –repetidas más de lo conveniente por parte de famosillos de toda índole, sobre todo en USA, pero también en el país desde el que escribo– y que casi todos los que lean la dichosa escenita sentirán un rechazo similar.  Falta algún miembro más, que aún no he tenido el gusto de conocer, al que se añaden personajes tan poco convencionales y faltos de juicio como aquellos. Este muestrarío humano pretende ser divertido y a veces lo consigue, pero repite demasiado algunas fórmulas y acaba resultando monótono.

La cosa empeora bastante cuando lo metaliterario se adueña de la trama. Este recurso, que suele considerarse un valor añadido en cualquier narración que se precie, mal utilizado, en el mejor de los casos aburre y en el peor rebaja la calidad del texto y puede llegar a arruinarlo. Aquí, concretamente, Rick Vigorous, cuenta a su paciente novia los argumentos de los manuscritos que le envían los autores noveles y que resultan a cual más absurdo. Ya había leído unos cuantos, pero uno de ellos, particularmente largo y pesado, fue el responsable de que el libro se me cayera de las manos. Logré recogerlo y, con mucha paciencia y abandonos varios, acabé el relatito en cuestión, pero la novela había caído en desgracia a mis ojos y tenía que esforzarme mucho para abrirla.

No dudo de que F. Wallace se lo pasó de miedo urdiendo una fantasía tras otra, y digo bien porque la novela –y esto me parece un punto a su favor– es de todo menos realista. De paso, aunque con toda la intención, impresionaba favorablemente a los jerarcas de la edición por su originalidad, ausencia de tabúes en forma y contenido, desparpajo, imaginación a raudales y una incuestionable habilidad narrativa.

No quiero influir demasiado con esta anécdota, pues méritos no le faltan a La escoba del sistema y menos aún a su autor, que concibe una ácida crítica a una sociedad que conoce bien y sabe llevarla adelante con medios poco convencionales en ese momento. Muchos han tenido más paciencia que yo, así que mejor valórenla por sí mismos. Doy además por hecho que en obras posteriores –que espero leer aunque no por ahora– D.F.W. pensó un poco más en sus lectores y no solo en epatar. Y lo dice una rendida admiradora de, por ejemplo, Georges Perec, entre otros muchos con merecida fama de crípticos. Pero siempre he encontrado un guiño, una comicidad o lo que sea que me ha mantenido pegada a sus páginas.

TÍTULO ORIGINAL: THE BROOM OF THE SYSTEM - PRIMERA EDICIÓN 1987 - EN ESPAÑA: 2012 - EDITORIAL ESPAÑOLA: PÁLIDO FUEGO - TRADUCCIÓN: JOSÉ LUIS AMORES  - PÁGINAS 521

Comentarios

  1. Una pena, si tenías las expectativas tan altas. Pero Borges nunca escribió una novela, así que eso no quita que sea un muy buen escritor.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Era muy buen escritor. También leí Extinción, un libro de relatos, y he seguido su trayectoria. Pero, como muchos genios, era errático y desmesurado, también en su escritura. Y si te pilla en una época con poca paciencia, pues no lo soportas.
      Para quien no lo sepa, era un depresivo crónico que nos dejó voluntariamente a los 46 años. Una pena, sí.

      Eliminar

Publicar un comentario

Explícate: